Leyenda Coreana

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Una mujer joven llamada Yun Ok fue un día a la casa de un ermitaño de la montaña en busca de ayuda.

-OH, Sabio Famoso, ¡estoy desesperada! ‘Hazme una poción! -Se trata de mi marido – comenzó Yun Ok- Tengo un gran amor por él. Durante los últimos tres años ha estado peleando en la guerra. Ahora ha vuelto, casi no habla, a mi ni a nadie. No parece oír. A veces, cuando debería estar trabajando en el campo de arroz, lo veo sentado ociosamente en la cima de la montaña, mirando hacia la mar.

– Sí, así ocurre a veces cuando los jóvenes vuelven a su casa después de la guerra –dijo el ermitaño-, Puedo hacer tu poción. Pero el ingrediente principal es el bigote de un tigre vivo. Tráeme tu bigote y te daré lo que necesitas.

-¡El bigote de un tigre vivo!, exclamó Yun Ok-. ¿Cómo haré para conseguirlo?

Yun Ok se marchó a su casa. Pensó mucho en como conseguiría el bigote del tigre. Hasta que una noche, cuando su marido estaba dormido, salió de su casa con un recipiente con arroz y salsa de carne en la mano. Fue al lugar de la montaña donde sabía que vivía el tigre.

Manteniéndose alejada de su cueva, extendió el recipiente de comida, llamando al tigre para que viniera a comer.

El tigre no vino.

Todas las noches Yun Ok volvió a la montaña. Poco a poco, el tigre se acostumbró a verla allí.

Una noche, el animal dio unos pasos hacia ella y se detuvo. Los dos quedaron mirándose bajo la luna. Yun Ok pudo hablar al tigre con una voz tranquilizadora.

La noche siguiente, el tigre comió los alimentos que ella le ofrecía. Después de eso, Yun Ok podía acariciarle suavemente la cabeza con su mano. Casi seis meses después, una noche después de acariciar la cabeza del animal, Yun Ok dijo:

-“OH, tigre, animal generoso, es preciso que tenga uno de tus bigotes. ¡No te enojes conmigo!” Y le arrancó uno de los bigotes.

El tigre no se enojó, como ella temía. Yun Ok bajó por el camino, con el bigote aferrado fuertemente en la mano.

-¡OH, Sabio! –gritó-. ¡Lo tengo! ¡ Tengo el bigote del tigre! Ahora puedes hacer la poción que me prometiste para que mi marido vuelva a ser cariñoso y amable.

El ermitaño tomó el bigote y lo examinó. Satisfecho, pues realmente era de tigre, se inclinó hacia delante y lo dejó caer en el fuego que ardía en su chimenea.

– ¡OH, Señor! –gritó la joven mujer, angustiada- ¡Que hiciste con el bigote!

– Dime como lo conseguiste, – dijo el ermitaño.

– Bueno, fui a la montaña todas las noches con un bol de comida.

Al principio me mantuve lejos, y me fui acercando poco cada vez, ganando confianza del tigre. Le hable con voz cariñosa y tranquilizadora para hacerle entender que sólo deseaba su bien.

Fui paciente. Todas las noches le llevaba comida, sabiendo que no comería. Pero no cedí. Fui una y otra vez.

Nunca le hablé con aspereza. Nunca le hice reproches. Y por fin, una noche dio unos pasos hacia mí.

Llegó el momento en que me esperaba en el camino y comía del bol que yo llevaba en las manos. Le acariciaba la cabeza y él hacía sonidos de alegría con su garganta.

Solo después de eso le saqué el bigote.

-Si, si – dijo el ermitaño-, domaste al tigre y te ganaste su confianza y su amor.

-Pero tu arrojaste el bigote al fuego –exclamó Yun Ok llorando-.¡Todo fue para nada!

-No no me parece que todo haya sido para nada –repuso el ermitaño- Ya no hace falta el bigote. Yun Ok, déjame que te pregunte algo:

¿es acaso un hombre mas cruel que un tigre? ¿Responde menos al cariño y la comprensión?

Si puedes pacificar a un animal salvaje, sin duda puedes hacer lo mismo con tu marido.

Al oír esto, Yun Ok permaneció muda unos momentos. Luego avanzó por el camino reflexionando sobre la verdad que había aprendido en casa del ermitaño de la montaña, y corrió presurosa dispuesta a recuperar el tiempo perdido.

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